EL SATIRO DE LA PLAZA.
Esta historia se remonta a los setenta, allá en la Plaza Acuña de Figueroa, en la ciudad de Paysandú.
El “tero”, le decíamos los gurises de “la barra grande” de la plaza. Era flaco, cuello largo, narigón. Lo que comúnmente se dice feo. Estéticamente feo. Vivía a dos cuadras de la plaza, y ayudaba, siendo tan joven, económicamente a sus padres luego de ir a la escuela con un carro y una yegua vieja que cargaba de leña en invierno y barras de hielo de la Fábrica “Mattiauda” en verano. Por eso, y por su buen corazón, lo respetábamos y contábamos como uno más de “la barra”.
En esos tiempos, la diversión de los fines de semana consistía en quedarnos hasta muy tarde en la plaza haciendo cuentos de terror, incluso los más “avispados” de los gurises inventaban luces malas con linternas , o duendes con piolines. Y a la otra semana, juntar la plata de las dos, e irse a los quilombos del barrio,” la escuelita” o “el 25”, a “debutar” con la Teresa, de a uno por vez, mientras los demás esperaban. El “tero” no iba. Tenía miedo, creo, de ser rechazado por su fealdad.
En esos tiempos también, se comenzó a hablar entre la gente del barrio de “El Sátiro de la Plaza”. Incluso se llegó a decir que hubo hasta violaciones o casos muy oscuros de desapariciones.
Nuestros padres nos prohibían cada vez más ir a la Plaza en la noche, y entre nosotros hablábamos de lo solo que se sentiría el “tero”, por su forma de ser, sin los gurises de la “barra”. Tiempo después, nos enteramos por los diarios y corrió la voz en el barrio que había sido capturado el “Sátiro de la Plaza”. Dicen que era el “tero”. Dicen también que en esas épocas de dictadura dónde las autoridades se valían de todo, el “tero” fue muerto por apremios físicos en la cárcel.
Enfrente de la Plaza había una Iglesia. Ahí fueron sus padres a pedirle al cura para que le dieran a su hijo cristiana sepultura. Pero el cura se negó, aduciendo que las autoridades ya le habían advertido sobre lo que pasaría si accedía, y él, era condescendiente con la policía.
Dicen hoy, por fin, que los borrachos y no tantos, cuando cruzan la plaza después de la medianoche ven pasar un fantasma tirando un carro, sonriente, libre, tranquilo. También dice algún amigo de antaño, que al pasar por la Plaza escucha la particular sonrisa del “tero”. No les creo, mucho. Son cosas de barrio.
TINTA MANSA.